El cuaderno Escondido

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Hay un fantasma que quiere saber si los vivos lo recuerdan. «El cuaderno escondido» es una visión desde el otro lado, el de los muertos con permiso para regresar al mundo de los vivos. Va el capítulo 1 del libro.

“El cuaderno Escondido”

La fecha pintada de verde en el calendario de la cocina, indicaba que mañana era el último viernes de clase antes de comenzar las vacaciones de invierno. Mi abuelo había prendido la chimenea y cenamos al lado del fuego jugando a adivinar las figuras que hacían las llamas. Él decía que eran los duendes de la madera escapando por la chimenea para no morir carbonizados, a la búsqueda de un nuevo árbol donde vivir. Cuando estábamos solos siempre me contaba historias. Algunas sobre cosas que realmente le habían sucedido y otras que eran pura fantasía.

A eso de las diez subí a acostarme, mamá llegaría tarde a casa y papá había salido de viaje con el camión. Nuestra casa estaba sobre la última calle del pueblo. Una calle de tierra donde los días de viento volaba el polvo que daba gusto. Enfrente teníamos un potrero donde pastaban las vacas y en el fondo había un monte con árboles más altos que los silos de la Cooperativa. Desde mi habitación se veía el campo y el horizonte donde se escondía el sol.

 Me  estaba quedando dormido cuando sentí un murmullo que venía del ropero. Pensé que podía ser una lauchita de campo, de esas que dos por tres se meten en las casas, hasta que una voz desconocida comenzó a llamarme por mi nombre.

-Fede, Fede, soy yo, tu tío Cesar. Disculpame que aparezca así, de repente. Seguro que vos no te acordás de mi. Pero no tengas miedo que no vine para asustarte, no soy de esos. Lo que quiero es pedirte un favor. Hey, Fede… despertate. ¿Me estás oyendo?

-¿Quién anda ahí dentro? -pregunté tratando de disimular el temor infernal que me daba aquella voz desconocida.

-Ya te lo dije, che, soy tu tío César y necesito que me des una mano con un asuntito que tengo pendiente. Con Mercedes, la que era mi novia, vos no la conoces pero…

¡Pero nada! ¡Qué tío ni tres pitos! El tío César se murió en Roma hace un montón de años y está enterrado en el cementerio del pueblo,  me lo contó mamá y ella no miente, yo la he acompañado a llevarle flores a su tumba.  Es que debo estar soñando y no me puedo despertar. Seguro que tengo una pesadilla… aunque los sueños son mudos… y este parece que estuviera hablando. Además, si realmente fuera el tío Cesar, ésta no es forma de presentarse después de tanto tiempo. Escondido dentro de un ropero, como un ladrón.

-Vos sos un mentiroso, seguro que viniste a robar- dije en voz alta para ver si la pesadilla desaparecía.

-¡Alto che, no te pases mocoso. No te voy a permitir que me llames ladrón! ¡De ninguna manera! ¿De qué tenés miedo? Si este ropero es más hermético que  una caja fuerte. Que buen carpintero que era el viejo, había que ver…Pensá un poco cabeza de pajarito ¿Cómo voy a hacer para encerrarme por dentro cuando la llave está afuera?- me preguntó la pesadilla poniendo voz humana.

-Tenés razón. Entonces voy a despertar al abuelo Antonio, desde ya te digo que está armado, y también a mamá, así aclaramos el asunto. Total, si sos una pesadilla, el abuelo  sabe cómo hacerte desaparecer. El también tenía pesadillas cuando era chico.

Que se aguante, pensé, a mi no me iba a ganar.

– Perfecto, pero antes de despertar a Leonor y a papá, quiero decir al abuelo Antonio, te pido que tengas un poco más de paciencia y me escuches. Si no te convenzo podés despertar a la familia, a los vecinos y llamar a la policía. Es más, desaparezco y ya está.

-¿Y vos  cómo sabés el nombre de mi mamá, y mi abuelo qué tiene que ver con vos que lo llamas papá? ¡Estás loco de remate! -insistí levantando la voz, para que se diera cuenta de que yo no tenía miedo.

– ¡Basta, Fede! ¿Me podés  escuchar un  minuto?

-Vamos a ver, pesadilla, con qué cuento vas a venir ahora.

Si no le seguía el juego no me la sacaba más de la cabeza.

-Mirá: tu mamá se llama Leonor, tiene treinta y cinco años, su cumple es el 8 de diciembre, es pelirroja, debe medir algo así como un metro sesenta y seis,  tiene un lunar en el pómulo izquierdo y tu abuelo tiene…

-Para un momento -lo interrumpí-.  -Lo que vos me estás contando lo sabe un montón de gente. Y la fecha de su cumple no es difícil de averiguar. ¿Te creés que soy tarado, che?

-Entonces sigo: tu mamá se volvía loca por la tarta de manzana de la panadería Idiart, le gustaba comerla con mermelada de manzana, una combinación bastante aburrida. También le gustaba la leche con canela y azúcar en pancitos, la seguía tomando ya de mayorcita.  Tiene una cicatriz en el hombro izquierdo, se la hizo el descontrolado de Claudio, el loro que teníamos de chicos. ¿Qué más te puedo contar? Vamos a ver…La operaron de las amígdalas cuando tenía ocho años. En el hospital se indigestó con helado de frutilla que le llevó el viejo para que compartiera con su hermano, o sea conmigo. Se comió medio kilo ella solita, escondida en el baño, y eso que yo no tardé casi nada en llegar hasta el hospital. Pero no le dijimos nada al viejo. No sé si te habrá contado del día que nos escapamos al río. Papá la había castigado pero ella había quedado con Martín, tu papá. Ya eran noviecitos por aquel entonces. Leonor tenía quince y Martín mi edad, diecinueve. Quería llevarla a dar una vuelta en bote, pero el muy torpe se puso a hacer el payaso y terminaron los dos en el agua. Tuve que volver a casa a buscarle ropa seca, menos mal que no había nadie. Mamá estaba en Pergamino, en lo de tía Susana y papá en el taller. Cuando el viejo regresó a casa, apenas la vio  le preguntó porqué le había desobedecido. Y la muy tonta, en vez de negárselo, de entrada le reconoció que se había escapado para encontrarse con Martín. Leonor no sabía mentir. Nunca supe como se dio cuenta, mirá que nos habíamos tomado el trabajo de secar la ropa. Decime ¿tu papá sigue con sus viajes al interior, era representante de una empresa de maquinaria agrícola, no? Hey, Fede, ¿Por qué estás tan callado?

-Te estoy oyendo. Sí, papá sigue viajando pero ya no trabaja para Paterson, ahora maneja un camión. La verdad es que está poco en casa. Pero, vos ¿cómo sabés todo lo que me estás contando?- le pregunté.

-¡Qué duro que sos pibe! Ya te dije quien soy pero vos no me querés creer.

-Entonces esperá que voy a despertar a mamá y al abuelo- le advertí, comprobando que efectivamente el ropero estaba cerrado por fuera o sea que el intruso no se podía escapar. A esa altura de la conversación era obvio de que  no se trataba de una pesadilla.

-¡No, no, aguantá un minuto! Esto es más complicado de lo que parece. Si realmente me creés, por favor bajá al salón sin hacer ruido y traé la foto en la que estoy junto a Leonor, la del aeropuerto. ¿Sabés lo que me decía tu madre cuando me veía enojado? César, Cesarino se pone alegre cuando toma vino. César, Cesarón es más peligroso que un avispón- me dijo con la voz triste.

Definitivamente el que estaba encerrado en el armario era alguien muy cercano a mi familia. Lo de César Cesarino, César Cesarón, mamá jamás lo hubiera repetido delante de otra persona. Eran cosas de hermanos, y yo lo sabía porque ella me lo había contado. La verdad es que no sé por qué le hice caso. Había algo en su voz, en su forma de hablar que me resultaba familiar… No me daba miedo, todo lo contrario. Sentí… sentí  que quien fuera el que estaba ahí dentro no quería hacerme daño. El abuelo dice que a veces hay que confiar en el instinto. Serán cosas de gente grande, digo yo. Silenciosamente me deslicé por la escalera, tomé la fotografía y volví rapido a mi habitación.

-Ahora apagá la luz y abrí la ventana para que entre la luna. Así me vas a ver mejor, hoy hay luna llena- me aclaró.

-Bueno, si vos querés apago la luz pero mirá  que a mi no me importa tu aspecto. Después de todo lo que me contaste quiero conocerte.

-Yo también, Fede. No tengas miedo, che. Y para que te convenzas de una vez por todas de que soy tu tío César, andá al zócalo del ropero de al lado y, con cuidado, dale un golpecito seco del lado izquierdo, con el costado del puño para no lastimar la madera que este ropero lo hizo el viejo. Vamos a ver que descubrís. Acordate de que éste era mi cuarto.

Para mi sorpresa descubrí que ese zócalo se podía quitar. Allí había un escondite, de la profundidad del ropero, donde entraba mi mano.

-Ahí adentro tendrías que encontrar un paquete de cigarrillos abierto, a papá no le gustaba ver los cigarrillos dando vueltas aunque sabía que yo fumaba; una navaja chiquita con mango de madera oscura que tiene grabada una “C” de César medio cuadrada.

-¡Tenés razón! Los cigarrillos están todos deshechos y que buena que está la navajita. ¿Me la regalás? …  ¿Pero, pero cómo puede ser? ¡Esto es imposible! Entonces, vos estás vivo. ¡Tío Cesar, estás vivo! ¡Te das cuenta, estás vivo! Esperá que te abro.

-No, Fede, todavía no. Esto no es tan sencillo. Mirá la foto. Ojo, que ya pasaron unos cuantos años y yo no soy el mismo…es qué no sé como explicarte.

-Sí, pasó un montón de tiempo, yo no me acuerdo de vos. Pero, que buena pinta que tenías.  ¿Todavía tenés este sombrero?

-¿El borsalino? No, se lo tragó el lago. Bueno, dale, ahora abrí la puerta del ropero y te ruego Fede, por lo que más quieras en el mundo, que no grites ni hagas ningún tipo de escándalo cuando me veas. Vos quedate tranquilo que todo tiene su explicación y lo que vas a ver para mi también es una experiencia nueva. Y no sé con lo que te podés encontrar, yo hubiera preferido…

-¿Pero donde te metiste?

-Detrás de los abrigos. Espera que salgo.

– ¡OOOOH! ¡POR DIOS! ¡ME DAS MIEDO! ¡VOS NO PODES SER MI TIO CESAR!

-¡Shhhhhhh! ¡Silencio, Fede! ¡Shhhhhhh! Te pedí que por favor no gritaras. ¡Me querés hacer caso! Vas a despertar a todo el mundo. Mirame bien y decime que vés. Es que no sé como me ven los demás. Sos el primer ser humano con que me encuentro, después de muerto, claro.

-Sos como, como… un fanstasma, o algo por el estilo…  Pero no te preocupes que te parecés al de la foto.  Tenés cara, sí, tenés rostro. Lo que te quiero decir es que está completa: nariz, boca, orejas y algo parecido al pelo aunque no se ven los pelos. ¿No usarías peluca, no?  También tenés manos, aunque no se notan los pies. ¿Qué más querés que te diga? Sí, creo que estás vestido. Estás…estás bien y bastante  raro, pero bien…para ser un espectro.

-Un espectro jamás, esos son más malignos que el diablo. ¡Qué horror! ¿Pero, decime, me parezco al de la foto?

-Ya te dije que si. ¡No seas pesado, che! Lo que pasa es que… mirá es que como si te hubieran dibujado sobre una hoja de calcar, con…

-Sí, sí con todo lo que ya me contaste. Bueno, es que, efectivamente, soy un fantasma Fede. Y es la primera vez que me transformo en fantasma. Soy un fantasma bueno, eso creo. Al menos no tengo la intención de asustar a nadie. Y mucho menos a vos, por supuesto. ¿Entendés lo que te digo? Lo que te tiene que quedar claro es que en realidad estoy muerto, Fede. Lo siento.

-¿Puedo tocarte?- le pregunté

-Por supuesto, a mi me gustaría darte un abrazo pero en estas condiciones creo que va a ser imposible. Mejor intentamos darnos la mano y haber que pasa- me contestó moviendo la boca y todo.

-Estás calentito, che. ¿No tendrás fiebre?- me preguntó para romper el hielo.

La verdad es que al atravesar su mano sentí una ráfaga de aire helado, más fría que la del aire-acondicionado, pero no me animé a decírselo.

-Bueno no te podré tocar, pero al menos puedo verte y escucharte, digamos que sos un fantasma bastante completo. Sino serías un zombi y tendrías el cuerpo medio descompuesto. ¡Qué asco!

Fhssssss. Fhssssss.

-¿Y ese silbido, que fue? Sonó como un globo pinchado.

-No sé… Creo que es un gas.

-¿Cómo qué  un gas? ¿No te estarás desinflando? Si vas a desaparecer te saco una foto de recuerdo sino nadie me va a creer.

-Ya te dije que era un gas. Debo estar muy nervioso porque ese silbido ya lo hice antes. Debe ser un pedo fantasmagórico.

-Está bien, te creo. ¿Y ahora que hacemos? ¿No se lo tendría que contar al abuelo y a mamá? ¿Dónde vas a vivir? ¿Te vas a quedar mucho tiempo conmigo? ¿Necesitás algo? Es que no sé que comen los fantasmas. ¿Decime, quién esa tal Mercedes de la qué hablabas al principio? ¿En serio que era tu novia? Que raro, mamá nunca me lo contó.

-Pará, pará un poco, que me vas a volver loco con tantas preguntas. Ella se llama, o se llamaba, Mercedes. Regresé por ella. Pero no tengo ganas de hablar de eso ahora, ya tendremos tiempo. Yo creo que lo mejor es que me dejes acá dentro, con llave, para que nadie abra el ropero. Total yo puedo entrar y salir cuando quiera. Por el momento vamos a mantener esto en secreto. Espero que seas de palabra. Necesito pensar un poco, recordar, tengo que entender bien lo que me está pasando. Para mi esto de ser fantasma es toda una novedad.

-Decime tío Cesar, ¿Por qué viniste a casa en vez de ir directamente a lo de Mercedes?

-Fede, vamos a dejar también esa respuesta pendiente. Además, ¿a vos te parece que yo puedo andar con esta pinta por ahí? Buenas noches, pibe, acostate que mañana hay que ir al cole. Ah y ya que estamos en preguntones, decime ¿tenés más hermanos?

-No, por el momento no. Soy hijo único y también sobrino único, ¿no?

-Por lo visto somos una familia muy exclusiva. Cuántos amigos tenés con un tío fantasma, ¿eh?

-Qué yo sepa ninguno, pero sería cuestión de preguntar- le contesté y el se rió con un soplido que supongo sería una risa fantasmagórica.

Así conocí al fantasma de mi tío Cesar, el hermano de mamá que había fallecido cuando yo tenía dos años, o sea hace un montón de tiempo atrás.